viernes, abril 19, 2024
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Primera cosecha del viñedo más austral de América

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La viña Montes realizó esta temporada la primera cosecha de su proyecto más extremo hasta ahora y que se ubica en la isla de Mechuque, en el archipiélago de Chiloé. Se trata del viñedo más austral del continente americano y cuyas primeras botellas espera poder presentar en 2022.

Sin duda, la firma echó manos a su tradicional valentía y audacia para generar un proyecto como éste, al igual como años antes lo hizo con otras acciones. Como ser la primera viña chilena exportadora de vinos premium, los primeros en plantar en laderas con marcadas pendientes, pioneros en el Valle de Zapallar, entre otros.

Ese espíritu le ha permitido ir siempre a la vanguardia, rompiendo paradigmas e innovando en cada nueva desafío que emprende. Hoy, esta nueva «locura» también busca incorporar a la comunidad del archipiélago, ofreciéndoles empleo y capacitación en un área que antes no conocían.

ADN aventurero

Los desafíos son una constante en todos quienes trabajan en Viña Montes, comenzando por su socio fundador, Aurelio Montes Baseden. Fiel a su alma de soñador y pionero, el enólogo sigue sorprendiéndonos con un proyecto fuera de los límites vitivinícolas establecidos en Chile. Esta vez en tierras mágicas y con un microclima especial, hechos que potencian su atractivo enológico.

“He podido recorrer decenas de veces el archipiélago de Chiloé, tanto por cielo, como por mar y tierra, conociendo profundamente las islas que lo conforman. Así nació la idea de plantar uvas viníferas en la pequeña isla de Mechuque, un proyecto fuera de los límites, un nuevo sueño que me propuse volver realidad. Cada vez siento más firmemente que los sueños hay que cumplirlos, aunque eso nos lleve a salir de los límites y probarse uno mismo con nuevos objetivos. Luego involucré a otros profesionales de la viña, para que fueran aportando desde su experticia y así Chiloé tomó forma”, detalla Montes.

Aurelio está empujando en primera persona el proyecto. «Mi filosofía es echarle para adelante y lo único que nos mueve es el afán de hacer las cosas bien y esto provoca que incluso participara activamente de la primera cosecha hace algunas semanas», declara el empresario. Hoy esas uvas descansan en el Valle de Apalta de la mano de la enóloga Gabriela Negrete, quien promete perpetuar la magia de la isla en el vino que verá la luz a fines del 2022.

Sorpresas y grandes aprendizajes

Mechuque está ubicada al este de la Isla Grande de Chiloé y fue el lugar elegido hace tres años para la última innovadora apuesta de Viña Montes. «La isla se encuentra en latitudes similares a las islas más australes de Nueva Zelandia y Tasmania, regiones productoras de vinos. Estamos protegidos por el continente y hacia el otro lado, por la Isla Grande de Chiloé. Las parras están a exactos 40 metros del mar, con una condición climática muy especial por el efecto templado de éste. Más que mar bien parece laguna, con un grado más de temperatura que en las costas de la V Región», dice el ejecutivo.

«Tampoco existen registros de heladas y el invierno es menos crudo de lo pensando. Hemos querido ver cómo se adaptan las plantas a un suelo de cenizas volcánicas y a este clima. Si no arriesgamos, nunca vamos a aprender. Yo estoy convencido que nos va a ir bien», asegura Montes.

Plantaron 5000 vides de cinco cepas distintas, con Sauvignon Blanc, Chardonnay y Pinot Noir. Las tres cepas tienen el mejor comportamiento para el clima de la isla, que tiene la ventaja de estar muy protegida de las frías aguas del océano Pacífico. Incluyeron, además, cepas europeas como Pinot Grigio y Gewürstraminer, Riesling y Albariño, con el objetivo de evaluar su comportamiento en esas latitudes.

La paciencia es una virtud fundamental en la viticultura, donde se prioriza observar y esperar cómo se comporta la tierra, las parras, las uvas y finalmente el vino. Y ese es justamente el proceso que se está viviendo en la Isla de Mechuque, con la primera cosecha ya realizada y las uvas en espera de convertirse en el primer espumante de Chiloé.

“Este es un proyecto casi de estudio, donde estamos pagando el noviciado en muchos sentidos. Somos los primeros en plantar tan australmente e independiente de los estudios que realizamos antes de tirarnos a la piscina. Estamos evaluando cada acción, revisando los errores en el camino. Es una zona que puede darnos sorpresas y representa un refresque para la industria vitivinícola chilena. No existe ningún proyecto que tenga esta connotación, de investigación, con miras a algo más potente», explica Montes.

Sustentabilidad es un pilar fundamental

Cuando Viña Montes se propuso posicionar el vino chileno en el mundo hace tres décadas, sentó sus bases en el crecimiento sustentable, un proceso que consolida junto a la reputación de sus vinos. La sustentabilidad está en la génesis y propósito de este proyecto. En palabras de Aurelio Montes: “Comenzamos a explorar el lugar y logramos un vínculo muy especial y mágico con la comunidad de la isla. Trabajamos en forma colaborativa con los habitantes de Mechuque, queremos ser capaces de capacitar a nuestros vecinos para que después ellos logren seguir desarrollándose. Queremos incorporarnos de modo orgánico a la comunidad, generando un equipo de trabajo», explica Montes.

«Esto no es un negocio más, se trata de paisajes maravillosas, de personas muy especiales que van a tener una fuente laboral. Queremos apostar por ellos, por esta tierra, por esta cultura, por la magia que existe en este lugar. Tenemos al primer trabajador de una viña que llega a trabajar en bote, eso sin lugar a dudas, es una maravilla. Nos la jugamos por Chiloé, es una apuesta a largo plazo donde estamos aprendiendo mucho y queremos generar una relación armónica con la tierra y sus habitantes. Queremos seguir innovando de la mano con ellos”, añade el socio fundador de la viña.

En un principio, un grupo de trabajadores se trasladó desde Colchagua hasta Mechuque, a los que se sumaron habitantes de la isla. Ha sido un proyecto lleno de desafíos, desde trasladar tractores, maquinaria e insumos agrícolas en esas barcazas desde el continente hasta la isla. Allí, que es donde se incorpora a toda la comunidad.

“Este es un proyecto que me encanta, la paz que se encuentra es maravillosa, uno se aísla, disfruta de las cosas sencillas de la vida. Termina el trabajo y bajas a la playa a comer choritos. Eso no tiene precio”, finaliza Aurelio.

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